Adolescencia: Entre sombras y silencios

_Cada generación imagina que es más inteligente que la anterior y más sabia que la siguiente."_ — George Orwell
Por Isidro Aguado Santacruz
Cada semana la vida nos sorprende con giros inesperados, obligándonos a adaptarnos a su constante cambio de ritmo. Hoy, queridos lectores, quiero compartirles una reflexión sobre una serie que, más allá del entretenimiento, nos sumerge en las profundidades de la adolescencia, esa etapa tan compleja y llena de matices. No es solo una recomendación, sino un análisis sobre un relato que expone la vulnerabilidad de una generación atrapada entre la incertidumbre y la inmediatez.
Desde los primeros minutos, la producción nos atrapa con una atmósfera densa, casi asfixiante, que nos anticipa que estamos por presenciar algo distinto, una historia que no se conforma con lo convencional. Se trata de una miniserie de cuatro episodios en Netflix, centrada en un chico de 13 años acusado del asesinato de una compañera de clase. No hay spoilers en esta afirmación, pues el hecho se revela desde el inicio; lo que sigue es un laberinto de emociones, interrogantes y silencios que construyen una narrativa inquietante.
Pero más allá de la ficción, esta historia nos confronta con una realidad incómoda: la violencia entre adolescentes no es un simple recurso narrativo, es un problema que crece en el mundo y en México con cifras alarmantes. Según datos del INEGI, en 2023 se registraron más de 2,500 homicidios donde los agresores eran menores de edad, un número que ha ido en aumento en la última década. El bullying, que antes parecía limitarse a insultos y empujones en los patios escolares, ha escalado a niveles de brutalidad impensables. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) reporta que México es el primer lugar en casos de acoso escolar en el mundo, con el 60% de los niños y adolescentes sufriendo algún tipo de agresión en las aulas.
Los padres creen que sus hijos están a salvo en casa, pero las redes sociales han abierto una nueva puerta a la violencia. Las plataformas digitales se han convertido en espacios donde el acoso es constante, donde el odio se propaga en segundos y donde los jóvenes, sin supervisión, exploran rincones oscuros de la web que los moldean de maneras impredecibles. El 80% de los adolescentes ha sido testigo de algún tipo de ciberacoso, y el 35% ha sido víctima directa, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía.
Lo hemos visto en la realidad con el caso del Rancho Izaguirre, donde redes de trata y crimen organizado reclutaban adolescentes a través de plataformas digitales. Chicos y chicas, muchos de ellos menores de edad, fueron enganchados con promesas falsas, manipulados a través de conversaciones que sus propios padres desconocían. ¿Hacen bien los adultos en permitir que sus hijos naveguen libremente en un mundo digital sin restricciones? La pregunta es inquietante: ¿somos conscientes del peligro que enfrentan los menores al acceder sin control a internet? Los depredadores no necesitan rondar parques o escuelas, ahora entran a los hogares con solo un clic.
Adolescencia. Un territorio de contradicciones donde no se es niño ni adulto, donde las emociones oscilan entre la ternura y el caos. Todos hemos transitado por ese puente incierto, algunos lo hemos cruzado con dificultad, otros aún lo observamos desde la distancia con temor y nostalgia. Es una etapa de descubrimiento, de rupturas inevitables, de angustias que, en muchos casos, parecen insuperables. Los conflictos con los padres, los maestros, los amigos e incluso con uno mismo se intensifican, mientras se busca desesperadamente un espacio propio en el mundo.
Un amigo alguna vez me describió la adolescencia como el momento en que un astronauta pierde contacto con la Tierra al reingresar a la atmósfera: una desconexión inevitable, una pausa en la comunicación que, aunque angustiante, tarde o temprano se restablece. Así ocurre entre padres e hijos en esta etapa: la distancia parece insalvable, pero con el tiempo, las palabras encuentran nuevamente su camino.
¿Por qué Jamie Miller asesinó a Katie Leonard? Esa es la pregunta central de la serie, pero lo fascinante es que jamás obtenemos una respuesta definitiva. Ahí radica su mayor acierto: no ofrece certezas, sino que nos deja inmersos en el desconcierto. La técnica cinematográfica utilizada—planos secuencia sin cortes—añade una tensión dramática que nos hace sentir como testigos presenciales de cada escena.
Stephen Graham, con su interpretación magistral, nos muestra la devastación de un padre que ve cómo su hijo es detenido con la brutalidad de un operativo contra un criminal de alto perfil. Pero la verdadera revelación es Owen Cooper, quien, en su debut, nos entrega un retrato crudo y auténtico de la adolescencia en toda su complejidad: un joven que en un instante es tierno e ingenuo y, al siguiente, se convierte en una fuerza incontrolable.
¿Quién es responsable de lo que somos? ¿Nuestros padres? ¿La escuela? ¿Las redes sociales? ¿El entorno? La serie nos confronta con estas preguntas sin ofrecer respuestas fáciles. Anna Freud comparaba la adolescencia con un duelo: una despedida de la infancia, una batalla emocional intensa en la que se buscan nuevos vínculos mientras se sueltan los del pasado.
Pero, en esta era, la adolescencia ha adquirido una dimensión aún más vertiginosa. La influencia de las redes sociales ha modificado la manera en que los jóvenes experimentan esta transición. Todo es inmediato, efímero, amplificado. Las emociones que antes se procesaban en la intimidad ahora son públicas, sujetas a juicio, a validaciones ajenas que moldean la percepción de uno mismo. Los niños ya no juegan, los adolescentes ya no leen, solo consumen contenido que refuerza lo que ya creen saber. Crecen con certezas falsas y rechazan cualquier duda.
La pregunta más dolorosa en la serie la formula el padre de Jamie, con el rostro desencajado y entre sollozos:
"¿Fuimos buenos padres?"
Le dimos todo. Nunca le faltó nada. ¿Qué hicimos mal?
Es una pregunta que resuena en el alma de cualquier padre que se ha sentido impotente ante el comportamiento de su hijo. Porque en un mundo donde los adolescentes parecen tenerlo todo—tecnología, entretenimiento, conexión constante—quizá les hemos negado lo más importante: la guía, la conversación, el aprendizaje de la duda y el pensamiento crítico.
Hoy, ser adolescente parece más difícil que nunca. Y eso es decir mucho.
Si aún no han visto Adolescencia, está disponible en Netflix. Más que una serie, es un espejo de nuestra sociedad y de los silencios que nos negamos a escuchar.
Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente fin de semana lector.