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CAMBIO DE RITMO

Corridos tumbados: la música que nos está matando

Hoy, quiero hablar de algo que, aunque muchos no lo crean, también tiene que ver con poder, con economía, con violencia... y con decadencia: la música

Isidro Aguado Santacruz
Isidro Aguado Santacruz Archivo

por Isidro Aguado Santacruz

11/04/2025 15:16 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 11/04/2025

_"La vida sin música sería un error"_
Friedrich Nietzsche

Por Isidro Aguado Santacruz

En este espacio haré a un lado —al menos por hoy— la guerra comercial entre China y Donald Trump. Ya bastante tinta han derramado los medios internacionales sobre las tasas arancelarias, los chips, y el presunto ocaso del imperialismo estadounidense. Hoy, quiero hablar de algo que, aunque muchos no lo crean, también tiene que ver con poder, con economía, con violencia... y con decadencia: la música.

Nietzsche consideraba que la música era un arte digno de cultivo y aprendizaje. Pensaba que era capaz de embelesar, serenar, amansar el ánimo y elevar a las personas. Pero en México hemos encontrado la forma de hacer que embriague, degrade, embrutezca... y haga apología del delito.

Hace algunos años —y no muchos— cuando la adolescencia aún no se me escapaba por las rendijas de los calendarios, la música popular tenía otra sustancia. Las letras eran poesía que acariciaba la imaginación. Aún recuerdo los boleros, las baladas, el rock con mensaje y protesta. Incluso las rancheras, aunque dolidas, tenían dignidad. Hoy, en cambio, las calles retumban con los corridos tumbados: un cóctel de misoginia, violencia, apología del narcotráfico, sexo vulgar, armas automáticas y una descomposición que no se canta, se exhibe como trofeo.

En las banquetas, en los autos, en las redes sociales y hasta en los patios escolares, suenan los acordes que exaltan la figura del narco, la violencia, la misoginia y el culto al dinero fácil. Lo que parece ser solo música es, en realidad, un veneno cultural que nos está intoxicando poco a poco. Las letras, lejos de contar historias de esfuerzo o de superación, glorifican el tráfico de armas, la sangre, las armas largas, los fajos de billetes y las mujeres como objetos de consumo. Algunas incluso describen con lujo de detalle ejecuciones, torturas o cómo se burla la ley. Y lo alarmante no es solo que se compongan estos temas, sino que se bailen, se compartan con orgullo y se canten a todo pulmón. Esas letras —que en cualquier otro país serían censuradas o al menos repudiadas por la sociedad— aquí son parte de la fiesta.

En las esquinas y en los autos, adolescentes entonan con entusiasmo frases como "la plebe anda armada" o "si me matan, me muero en la raya, pa' que sepan que fui cabrón". ¿Qué están diciendo realmente? Que morir por una causa vacía, criminal, es más digno que vivir con integridad. Y lo más triste es que algunas jovencitas, apenas salidas de la secundaria, repiten a todo pulmón letras que las cosifican, las reducen a objetos de consumo del narco de turno: "me gustan las buchonas, las que tiran rostro y me bailan perreando con glocks en la bolsa". ¿En qué momento se volvió normal para una mujer repetir canciones que exaltan al macho armado, misógino y criminal? ¿Dónde quedó la dignidad, la reflexión, el orgullo femenino que tantas luchas costó en la historia?

Muchas mujeres, incluso menores de edad, corean con entusiasmo frases que las denigran. Cánticos donde se les nombra como "perras", "interesadas", "morras para rato" o "pal' desquite". ¿Qué puede estar fallando cuando la violencia contra las mujeres se normaliza desde una bocina? ¿Qué tipo de autoestima cultivamos si una niña de 12 años encuentra en ese discurso un referente de identidad?

El problema no es el ritmo, ni siquiera el género: es el mensaje. El "capo de capos" no es más que una fantasía impuesta por la cultura del espectáculo narco que ha invadido desde las pantallas hasta los estadios. Y ese espectáculo, disfrazado de entretenimiento, nos está costando la vida de nuestros jóvenes. La Encuesta Nacional de Consumo de Drogas en Estudiantes (ENCODE) reveló que el inicio en el consumo de sustancias como alcohol, mariguana y metanfetaminas ocurre en promedio a los 13 años. ¿Y qué música escuchan esos adolescentes? Corridos tumbados, que exaltan el consumo de "perico", "la blanca", "el whisky", como si fuera una moda aspiracional.

Un ejemplo desgarrador: una madre en Sinaloa contó cómo su hijo de 16 años comenzó a cambiar su forma de vestir, a idolatrar a cantantes como Natanael Cano o Fuerza Regida, y meses después apareció ejecutado, con una cartulina encima. Le dijeron que "andaba con los equivocados". ¿Y lo guió la música? Quizá no del todo. Pero sí ayudó a abrir una puerta peligrosa. Y esa puerta la estamos dejando abierta como sociedad.

Yo conocí a uno de esos chicos. Lo conocí en un centro de atención a jóvenes en riesgo. Soñaba con ser cantante de corridos tumbados. No quería ser doctor ni maestro ni abogado. Quería "cantar la neta de la vida, cómo es de perra y cómo se gana billete con huevos". Hoy está desaparecido. Su madre, con las manos arrugadas de lavar ajeno, lo busca con desesperación, llevando su foto de centro en centro, sin esperanza, sin respuestas. Solo con el eco de aquella canción que él mismo le enseñó y que ahora no puede soportar escuchar.

En Jalisco, por ejemplo, se ha intentado poner orden. El Auditorio Telmex, que antes albergaba óperas, conferencias o presentaciones académicas, fue escenario de un espectáculo bochornoso: en un concierto de Los Alegres del Barranco se proyectaron imágenes de "El Mencho", líder del Cártel Jalisco Nueva Generación. La respuesta fue una iniciativa para sancionar administrativamente la apología del crimen, negando permisos y multando a quienes la promuevan. En Querétaro, incluso se canceló la presentación de agrupaciones que no cumplían con los permisos y hacían apología del delito en sus letras. En Chihuahua, se multó a artistas por promover la violencia. En Zacatecas, se discute una reforma legal para impedir este tipo de espectáculos.

En otros países, el panorama es muy diferente. En Alemania, hacer apología del nazismo implica prisión. En Colombia, donde la violencia del narco dejó cicatrices profundas, se prohibió por ley la difusión de canciones que hicieran apología del crimen. En Canadá y Reino Unido, se ha demostrado que la música violenta puede tener efectos psicológicos negativos, por lo que se promueven campañas culturales para contrarrestar su impacto.

¿Y Baja California? Aquí todavía no se escucha una propuesta concreta. Aquí seguimos debatiendo si no será censura, si no será exageración. Somos el único país en el mundo que alaba al narco con espectáculos musicales multitudinarios. Y mientras tanto, seguimos bailando con la muerte.

Este no es un llamado a la censura. Es una reflexión sobre lo que debemos permitirnos como sociedad. ¿Qué modelo de país estamos cultivando si permitimos que nuestros jóvenes aprendan que el camino al éxito es matar, traficar o someter? ¿Qué clase de libertad es la que celebra su propia destrucción? La música puede ser medicina o veneno.

Por eso, propongo que en Baja California empecemos con una iniciativa ciudadana, plural, donde músicos, académicos, psicólogos y padres de familia tracemos una estrategia para fomentar una nueva cultura musical. Que promovamos festivales de música que no glorifiquen la muerte, que impulsemos la producción de contenido artístico responsable, que apostemos por la educación musical en las escuelas. Que, como lo hacen en Querétaro y Jalisco, exijamos cláusulas éticas en los contratos con agrupaciones que se presenten en espacios públicos.

La libertad de expresión es sagrada, pero no puede convertirse en una excusa para seguir alimentando el dolor de un país que llora a sus hijos. Un país donde ser joven ya no significa soñar, sino sobrevivir. Donde una madre ya no espera ver triunfar a su hijo, sino que ruega porque no lo maten antes de los veinte.

Y como diría Octavio Paz: "El porvenir está en manos del presente. Si no lo transformamos, se parecerá al pasado". No permitamos que nuestros hijos hereden un país donde la música sea solo un himno a la barbarie.

Adaptarse al compás de la vida no es tarea sencilla; en Cambio de ritmo, intento no perder el paso. Que tengas un excelente fin de semana lector.

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