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¿Democracia o Caudillismo?

Cuando el poder se concentra en unas manos, las instituciones dejan de ser del pueblo y se convierten en herramientas del autoritarismo."

Isidro Aguado Santacruz
Isidro Aguado Santacruz Archivo

por Isidro Aguado Santacruz

19/11/2024 16:27 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 19/11/2024

La Revolución Mexicana comenzó el 20 de noviembre de 1910, como una esperanza incandescente, la promesa de un México renovado, donde la injusticia social y el autoritarismo del Porfiriato cederían paso a un sistema democrático, representativo y justo. Los protagonistas de este conflicto, como Francisco I. Madero, Emiliano Zapata y Pancho Villa, no solo desafiarían a la dictadura de Porfirio Díaz, sino que se lanzarían a la conquista de una visión que parecía tan lejana como posible, una democracia que surgiera del pueblo, no solo para el pueblo, sino a través de él.

Sin embargo, como suele ocurrir en la historia de los países atrapados en la dialéctica del poder, los ideales no siempre se cumplen. Madero, quien había sido el rostro de la esperanza, rápidamente se vio atrapado en los vericuetos del poder. La traición a Zapata, quien luchaba por la restitución de tierras, se convirtió en una de las grandes paradojas de la Revolución Mexicana, un hombre que había sido el símbolo de la libertad para unos, se convirtió en el opresor de otros, cediendo a las presiones del sistema político que buscaba preservar la estructura de poder.
A más de un siglo de esa promesa revolucionaria, México sigue preguntándose si hemos logrado una democracia genuina o si simplemente hemos intercambiado un caudillo por otro. La historia parece repetirse, y la actual administración no es la excepción.

Morena, partido que llegó al poder con la promesa de transformar el país hacia una mayor equidad y justicia, ha iniciado un proceso que algunos perciben como una regresión a viejos hábitos autoritarios, ahora revestidos de un discurso de cambio. La reciente propuesta de desaparecer siete organismos autónomos -como el INAI, Cofece, Coneval, IFT, Mejoredu, CNH y CRE- bajo el pretexto de eliminar lo que se considera gasto innecesario, parece una jugada para concentrar aún más el poder en manos de una figura centralizada.

Estas decisiones nos regresan a la eterna pregunta de si, en México, la democracia ha sido más un disfraz para el ejercicio del poder caudillesco que una realidad palpable. La desaparición de los mencionados organismos no solo elimina entidades clave para el equilibrio democrático y la supervisión de las políticas públicas, sino que también atenta contra la idea de un Estado que debe ser controlado y evaluado por instituciones independientes. El argumento oficial, que nos habla de una austeridad republicana, oculta una verdad inquietante, cada paso hacia la concentración del poder es un paso hacia un sistema donde las voces disidentes se ahogan.

Lo que es aún más alarmante son los recortes en sectores esenciales para el bienestar nacional. El presupuesto para 2025 presenta un déficit del 3.9%, mientras se recortan 118 mil millones de pesos a la Sedena, 40 mil millones a la Secretaría de Seguridad Ciudadana, 34 mil millones a la Secretaría de Salud y 6 mil millones a la Marina. Estos recortes no solo afectan a instituciones clave para la seguridad y la salud de los ciudadanos, sino que también reflejan una priorización de intereses particulares por encima del bienestar colectivo.

Mientras tanto, la figura del expresidente Andrés Manuel López Obrador, aunque fuera del poder formal, sigue ejerciendo una influencia indiscutible en el rumbo del país. Su presencia, aún cuando se presenta como retirada, es omnipresente en las decisiones clave de la administración. Desde su residencia en Palenque, o desde su mítica "Chingada", la sombra de un líder carismático y polarizador sigue siendo el faro que orienta las políticas del gobierno. Este fenómeno plantea una contradicción fundamental: ¿realmente hemos logrado una democracia? O más bien, ¿hemos perpetuado un modelo de caudillismo, donde el poder no emana de las instituciones, sino de la figura centralizada de un líder que decide lo que es mejor para todos?

Lo que estamos presenciando es un cambio en la narrativa, no una transformación profunda. Aunque se prometió una revolución ética y democrática, lo que se está construyendo es una versión moderna del caudillismo, en la que el líder determina el destino de la nación, y las instituciones, en lugar de actuar como guardianes del orden constitucional, se convierten en meros instrumentos de su voluntad.

La historia de México, desde la Revolución Mexicana hasta nuestros días, está marcada por una constante lucha entre la democracia y el caudillismo. Después de más de un siglo de movimientos, traiciones y promesas incumplidas, parece que seguimos atrapados en un ciclo sin fin. El poder no ha cambiado de forma sustancial, y las instituciones, que alguna vez fueron concebidas como un freno al abuso, hoy parecen ser parte del engranaje de un sistema que concentra el poder en un solo hombre.

Así como en 1910, cuando Madero traicionó a Zapata, hoy se traiciona el espíritu democrático que nació con la Revolución Mexicana. La pregunta es la misma: ¿estamos viviendo realmente en democracia, o hemos caído nuevamente en las garras del caudillismo?

Esa es la pregunta que debemos hacernos mientras observamos cómo las instituciones caen una a una y el poder se concentra en unas cuantas manos. Quizás, sea hora de replantear nuestro futuro y recordar que la democracia no es un regalo; es una conquista que debe defenderse cada día, excelente inicio de semana lectores.