El golpe silencioso al Estado de Derecho
"El poder judicial no es una mera extensión del poder ejecutivo o legislativo. Es el guardián de la Constitución, y su principal deber es protegerla contra cualquier violación."_
-John Marshall
Por Isidro Aguado Santacruz
En un momento donde las instituciones fundamentales de nuestra democracia están bajo asedio, la Suprema Corte de Justicia se ha convertido en el epicentro de una confrontación sin precedentes. Las reformas impulsadas por el Ejecutivo han desatado un proceso que no solo afecta la estructura del Poder Judicial, sino que pone en tela de juicio los principios de independencia y balance de poderes que han sustentado a la República. A pesar de ello, aún hay voces que, con valentía y dignidad, resisten este embate, manteniendo viva la esperanza de que la justicia y la democracia prevalecerán.
El fracaso o triunfo absoluto no existen. Nos encontramos en los momentos más críticos de una República que alguna vez disfrutó de un sistema de contrapesos, hoy devastado por falsos reformadores que, impulsados por el presidente más dañino en nuestra historia, han tomado el control con soberbia.
En toda crisis surgen oportunidades, aunque ahora parecen escasas. ¿Cómo identificar al tirano que aparentemente se retira? Su rasgo más evidente es un odio visceral hacia quien piensa distinto, un afán por aplastar a las minorías, manipular la Constitución a su antojo para acorralar y amedrentar a quienes defienden las instituciones con valentía, despreciar a los ciudadanos que protestan, y destruir los sueños de miles de profesionales del derecho que sufrirán un cambio drástico, dominado por la ignorancia y la mediocridad.
En tiempos de turbulencia política, no es sorprendente que muchos se inclinen por el camino de la conveniencia personal, buscando resguardarse bajo la sombra de aquellos que ostentan el poder, incluso si ello implica sacrificar los principios que alguna vez defendieron. Con un cálculo frío, algunos han optado por alinearse con quienes buscan destruir las instituciones democráticas, sin detenerse a pensar en la efímera recompensa que recibirán: las migajas de un botín corrupto.
Estas lealtades cambiantes, construidas sobre una base de interés personal, han dejado en evidencia la fragilidad de su integridad.
El panorama es sombrío cuando observamos que gran parte de las figuras clave en la estructura institucional del país han caído en esta trampa. Cuatro de los cinco magistrados de la Sala Superior del Tribunal Electoral, ministros subordinados al Ejecutivo, medios de comunicación que han abandonado su misión informativa para convertirse en voceros del régimen, legisladores al mejor postor, empresarios que se benefician de su cercanía al poder, y ciudadanos que, a cambio de su silencio o complacencia, reciben dinero público. Todos ellos se han convertido en piezas fundamentales de un golpe silencioso a nuestra democracia, participando en la erosión de las libertades por las cuales tanto se ha luchado.
Sin embargo, dentro de este escenario de descomposición institucional, emerge una chispa de esperanza. El lado más luminoso de los acontecimientos recientes lo encontramos en los jóvenes, quienes, con dignidad y valentía, han salido a las calles a enfrentar la autoridad abusiva. Sus acciones espontáneas nos recuerdan que, a pesar de la oscuridad, aún existe una generación dispuesta a luchar por lo justo. Estos estudiantes, con su coraje y determinación, nos dan motivos para creer que no todo está perdido.
El inicio del fin de un Tribunal Constitucional que, durante las últimas tres décadas, había sido un faro de justicia autónoma, marca un punto de inflexión en la historia del país. Lo que está en juego ahora es mucho más que una lucha entre poderes: es la defensa de la democracia misma, que solo podrá salvarse si quienes aún creen en ella se levantan con la misma gallardía que los jóvenes que hoy inspiran a una nación.
La aprobación de la reforma judicial impulsada por Andrés Manuel López Obrador marca un hito definitivo en la transformación de la carrera judicial, afectando a ministros, magistrados y jueces que durante décadas construyeron su trayectoria bajo un sistema de méritos y preparación. Sin embargo, no se trata de idealizar un sistema de impartición de justicia que, por mucho tiempo, arrastró pendientes que debían resolverse. Es innegable que hubo oportunidades desaprovechadas y que la propia institución judicial mostró insuficiencias que generaron abusos y falta de autocrítica, lo que permitió que la crítica externa fuera más feroz y efectiva. Los errores cometidos, tanto por acción como por omisión, fueron capitalizados para desprestigiar a un poder que, además de enfrentarse a las presiones externas, tuvo que lidiar con deslealtades internas de quienes, aprovechando el contexto, buscaron beneficio propio a costa del debilitamiento institucional.
Aún queda tiempo para analizar con detenimiento los acontecimientos de los últimos meses y sus implicaciones. Lo que realmente debe ocuparnos en este momento es reflexionar sobre lo que se avecina: un nuevo orden judicial que, a pesar de las promesas de transformación, aún debe demostrar si realmente contribuirá a una justicia más equitativa y eficiente, o si se tratará, como tantas veces en la historia, de un ajuste más en el tablero político.
La situación que atraviesa la Suprema Corte de Justicia es un ejemplo del grado de vulnerabilidad institucional que se ha alcanzado en México. La descripción de los empleados, desde los secretarios hasta los más humildes trabajadores, refleja la magnitud del desafío que enfrenta el Poder Judicial. No se trata únicamente de una confrontación política o de una embestida desde el Ejecutivo, sino de una crisis moral y ética dentro de la propia Corte. La valentía de quienes rechazan la reforma es un testimonio de que, aunque se intente cooptar el poder, existen resistencias que demuestran que el espíritu del Estado de derecho sigue vivo, aunque acosado por aquellos que buscan subordinarlo a intereses partidistas.
Las traiciones y divisiones internas se hacen más visibles en cada acción de las 3 ministras allegadas a Lopez Obrador, Lenia Batres, Yasmín Esquivel y Loretta Ortíz, esta última una respetable académica de la Escuela Libre de Derecho, se ha rebajado al nivel de las dos antes mencionadas. En lugar de defender la independencia judicial, se alinean con las directrices del poder. Esto no solo erosiona la confianza pública en la impartición de justicia, sino que también compromete la estabilidad futura de la Corte, un órgano que ha sido baluarte de la defensa constitucional. La pérdida de especialización y la concentración de poder en un órgano mermado, con un número reducido de integrantes, es un retroceso que amenaza con hacer de la Corte un apéndice del Ejecutivo.
El impacto de esta situación no se limita a los jueces actuales, sino que trasciende a las futuras generaciones de juristas que, habiendo apostado por una carrera en el servicio público, ahora ven cómo sus expectativas de crecimiento profesional se desvanecen en un ambiente enrarecido por la politización de la justicia. El relato del magistrado del primer circuito es un llamado a la reflexión profunda sobre las consecuencias de permitir que el aparato judicial sea desmantelado en nombre de una agenda política que favorece la obediencia ciega sobre la integridad y el respeto a la Constitución.
Este desmantelamiento de la Corte y el control sobre los órganos judiciales es un golpe directo a la separación de poderes. La erosión institucional no solo afecta la justicia, sino que abre las puertas a una regresión autoritaria, en la que la discrecionalidad y el abuso de poder se normalizan. Sin embargo, la historia nos enseña que estos periodos de crisis son también momentos en los que pueden surgir nuevas formas de resistencia, de renovación y de lucha por la restauración de los valores democráticos.
La batalla por la justicia en México está lejos de terminar, el golpe silencioso al Estado de derecho que hoy presenciamos no es solo una agresión hacia las instituciones judiciales, sino hacia el tejido democrático que hemos construido durante décadas. Aunque muchos se han sometido a las directrices del poder, hay quienes se mantienen firmes, defendiendo los valores constitucionales que deben guiar a una República. Es en la resistencia de esos pocos donde radica la esperanza de una futura restauración de la justicia. A pesar de los intentos por doblegar la autonomía del Poder Judicial, este golpe, aunque devastador, no será definitivo si quienes aún creen en el Estado de derecho continúan luchando con la misma convicción. Excelente fin de semana lectores.