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Idiosincracia mexicana

En un país donde el conformismo se ha convertido en una segunda piel, la mediocridad se ha institucionalizado y la apatía se ha normalizado, el cambio parece un sueño lejano.

Isidro Aguado Santacruz
Isidro Aguado Santacruz Archivo

por Isidro Aguado Santacruz

26/07/2024 15:43 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 26/07/2024

"Un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla." —Carlos Fuentes

BAJA CALIFORNIA.- En muchos países, los ciudadanos se movilizan activamente para mejorar su calidad de vida y exigir a sus gobiernos que satisfagan sus necesidades básicas y proporcionen una administración competente. Sin embargo, en México, prevalecen la apatía y el conformismo, lo que perpetúa el estancamiento nacional. En lugar de reclamar cambios y soluciones, se ha hecho costumbre aceptar la mediocridad y permitir que personas sin el debido conocimiento en administración pública dirijan el país. Esta falta de exigencia se traduce en una economía debilitada, un sistema de salud ineficaz, una educación deficiente y masificada, y una carencia de apoyo en ciencia, tecnología y deportes, lo que nos limita para sobresalir en estos campos a nivel internacional.

No estamos ni cerca de contar con un sistema de salud comparable al de Dinamarca, pero aceptamos las promesas desde Palacio Nacional de que en septiembre lo tendremos, a pesar de que la realidad es muy diferente. Los pacientes enfrentan la burocracia de servidores públicos ineficientes, la carencia de medicamentos y estudios clínicos, la reprogramación de cirugías y la saturación de consultas en el primer nivel de atención. A pesar de esto, se aceptan sin cuestionamientos las declaraciones populistas sobre la apertura de nuevas clínicas y hospitales y se alaba la mega farmacia que no distribuye medicamentos, creando la ilusión de un sistema de salud de alta calidad.

Nos presentan indicadores de bienestar y desarrollo económico que incorporan las remesas, lo cual revela un fracaso por parte del gobierno. No obstante, no han logrado cumplir la promesa de mantener el precio de la gasolina en diez pesos, que actualmente ronda los 26, ni controlar la inflación, que intensifica la pobreza laboral. La informalidad ha llegado a ser tan prevalente que resulta sorprendente que el 60% de nuestra economía dependa del comercio informal, un ámbito en el que destacamos a nivel mundial, superando incluso a naciones como Myanmar, Irán, Nigeria, Colombia, Emiratos Árabes Unidos, Afganistán, Kenia y Sudáfrica. Esta realidad, sin embargo, a menudo parece no recibir la atención que merece. La adquisición de productos piratas o de imitación y la labor en empresas de origen chino o coreano se ha vuelto común. Con un nivel tan elevado de informalidad, resulta casi inviable incrementar la recaudación fiscal y, en consecuencia, brindar servicios públicos de calidad, sobre todo cuando los impuestos se dedican exclusivamente a programas sociales.

El crecimiento económico es rechazado y menospreciado cuando es conveniente para ellos frente a los organismos internacionales que advierten sobre el riesgo de una crisis económica y los bajos indicadores previstos para este sexenio, con un crecimiento que sería nulo. Una falacia que ha sido ampliamente aceptada por la ciudadanía es la idea de que la corrupción ha sido erradicada. No obstante, al revisar el pasado, no hallamos a ningún individuo encarcelado por actos de corrupción. En la administración actual, la corrupción y el saqueo continúan siendo tolerados entre funcionarios, así como entre familiares y cercanos al presidente. Nos hemos acostumbrado a ver el pañuelo blanco ondeando como un símbolo de la aparente ausencia de corrupción.

Nos engañamos al involucrarnos en la práctica corrupta de sobornar a funcionarios públicos, incluidos los policías, para eludir nuestras propias obligaciones legales. Cuando un agente de tránsito o un empleado de alguna dependencia gubernamental nos advierte sobre una infracción o la falta de algún requisito, recurrimos al soborno, justificandonos con la idea de que "la ley no se aplica igual para todos". Como José López Portillo había pronosticado, somos una nación de cínicos.

No nos manifestamos contra la ideologización de la educación para las futuras generaciones, la cual se limita a una formación mediocre, distante de la excelencia académica y la educación de calidad. Aceptamos que, si tenemos la opción, enviemos a nuestros hijos a escuelas privadas, mientras los hijos de trabajadores y campesinos quedan en las escuelas públicas, donde solo se les prepara como mano de obra barata y algo calificada para el mercado laboral.

La idiosincrasia mexicana no está orientada hacia la democracia ni hacia la valorización de las libertades; somos una comunidad acostumbrada a aceptar dádivas con escaso esfuerzo y a vivir en la mediocridad. Estamos volviendo a la imagen del indígena adormecido recostado en un cactus, o a la expresión "¡dónde dice que me importa un comino!".

La aceptación de la mediocridad y la falta de exigencia por parte de los ciudadanos han contribuido a perpetuar un ciclo de estancamiento y desilusión en México. Para romper este ciclo, es necesario que la sociedad despierte y demande cambios reales en lugar de conformarse con promesas vacías y apariencias. Solo a través de una movilización activa y una mayor conciencia cívica se podrá aspirar a un futuro donde la calidad de vida y la justicia social sean más que meros ideales. Mientras tanto, la idiosincrasia mexicana sigue marcando un camino hacia la mediocridad y el conformismo. Excelente fin de semana.