Columnas

Los Yunes: el poder de un voto

"La política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos." - Louis Dumur
Isidro Aguado Santacruz Archivo

"En la política, la verdad es solo una más de las máscaras que se usa para conquistar el poder." Esta frase, atribuida a Octavio Paz, parece cobrar vida en los sucesos recientes que han sacudido la escena política mexicana. La compleja dinámica del poder y la capacidad de algunos actores políticos para girar en torno a sus propios intereses han quedado en evidencia en los eventos que culminaron con la aprobación de la controvertida Reforma al Poder Judicial. Una reforma que dará voz al pueblo en la elección de jueces, magistrados y ministros de la Suprema Corte.

Este 15 de septiembre, mientras millones de mexicanos celebraban el último grito de independencia de Andrés Manuel López Obrador frente a un Zócalo abarrotado, detrás de los reflectores y de los vítores a la Cuarta Transformación, se concretaba un movimiento de poder que cambiará el panorama político del país. Aquel día, el presidente firmó el decreto que materializa la Reforma Constitucional al Poder Judicial, estableciendo la elección de jueces, magistrados y ministros por voto popular a partir de 2025. Una reforma que pasó sin mayores contratiempos por las cámaras y las legislaturas estatales, pero que encontró su único obstáculo en el Senado, donde Morena y sus aliados necesitaban 86 votos y solo contaban con 85.

Es en ese momento cuando los engranajes de la política mostraron su lado más crudo. La presión para conseguir ese voto faltante se intensificó en los pasillos del Senado, donde la oposición denunció intentos de compra de voluntades y presiones veladas. Finalmente, el voto decisivo vino del senador panista Miguel Ángel Yunes Márquez, respaldado por su padre, el senador suplente Miguel Ángel Yunes Linares. Este giro de los Yunes no fue sorprendente para aquellos que conocen su historia, una familia cuyo instinto de supervivencia política los ha mantenido en las más altas esferas del poder por décadas, sin importar cuántos cambios de bando hayan tenido que hacer.

La traición política es, sin duda, una constante en el tablero del poder, pero pocos personajes la han perfeccionado tanto como los Yunes. El episodio reciente, en el que se alinearon con Morena para aprobar la Reforma Judicial, no es sino un capítulo más en su larga trayectoria de alianzas cambiantes y jugadas estratégicas. Los Yunes son el ejemplo perfecto de cómo algunos políticos, independientemente de las corrientes ideológicas, siempre logran caer de pie, adaptándose a las circunstancias para mantenerse a flote y garantizar su influencia, incluso en las generaciones venideras.

Miguel Ángel Yunes Linares, patriarca de la familia, es un político formado en el PRI, que inició su carrera en las entrañas del sistema que hoy parece combatir. Nació en un pequeño pueblo veracruzano en 1952 y, desde muy joven, mostró una ambición desmedida. Su paso por el PRI lo llevó a ocupar cargos clave en el gobierno de Veracruz, donde destacó como un operador eficiente y sin escrúpulos. Fue la mano derecha de gobernadores priistas y, eventualmente, el brazo ejecutor en la persecución de opositores, entre ellos su antiguo compañero universitario, Dante Delgado.

Sin embargo, como todo buen sobreviviente, Yunes supo cuándo abandonar el barco. Con el ascenso del PAN al poder en el año 2000, rompió con el PRI y se unió a la administración de Vicente Fox, apoyado por su nueva aliada, la poderosa lideresa sindical Elba Esther Gordillo. Este cambio de camiseta fue solo el primero de muchos. Con el tiempo, los Yunes consolidaron su poder, logrando no solo mantenerse en la política, sino perpetuar su influencia a través de sus hijos, quienes siguieron sus pasos en cargos locales y federales.

La reciente votación en el Senado, en la que Yunes Márquez y Yunes Linares apoyaron la Reforma Judicial impulsada por López Obrador, es simplemente una nueva demostración de su capacidad para adaptarse a las circunstancias y aliarse con el poder de turno, sin importar las lealtades previas o los principios que, en teoría, deberían defender.

Lo ocurrido con los Yunes en la aprobación de la Reforma Judicial no solo es un episodio aislado de traición política, sino un reflejo de cómo la política en México sigue estando dominada por intereses personales. Los políticos, sin importar su color o bandera, parecen estar dispuestos a sacrificar los principios en aras de obtener poder o mantener su estatus. Y en este contexto, los intereses del país y de los ciudadanos siempre quedan en un segundo plano.

La Reforma Judicial, presentada como una medida democrática, plantea serias interrogantes sobre su verdadero propósito. ¿Acaso la elección popular de jueces y magistrados es realmente un avance hacia una justicia más cercana a la gente, o simplemente es una forma de concentrar aún más poder en manos del Ejecutivo? Con el voto decisivo de los Yunes, el camino hacia esta reforma quedó despejado, pero el futuro que nos espera con este tipo de política es incierto y preocupante.

Lo que nos queda claro es que mientras los intereses personales sigan dominando el escenario político, difícilmente veremos avances reales en el país. Los ciudadanos pueden esperar poco de aquellos que cambian de bando según su conveniencia y que, en lugar de velar por el bienestar de México, anteponen sus propios intereses y los de sus aliados. La votación reciente es un recordatorio de que, en política, las lealtades son efímeras, y el poder, cuando se trata de obtenerlo, no conoce límites.

Con la reforma aprobada, México se enfrenta a un futuro incierto en materia de justicia. La elección popular de jueces y magistrados podría abrir la puerta a una politización aún mayor del sistema judicial, convirtiéndolo en un escenario más de las luchas de poder entre los partidos. Lo que debería ser una institución imparcial y al servicio de la justicia, corre el riesgo de convertirse en un espacio dominado por intereses políticos, donde los jueces no serán elegidos por su capacidad o integridad, sino por su afinidad con el partido en el poder.

Este es solo un ejemplo más de cómo los intereses de los políticos siempre prevalecen sobre los del país. Los Yunes, al igual que muchos otros, han demostrado una vez más que en política no hay amigos ni enemigos permanentes, solo intereses que cambian con el tiempo. Y mientras los ciudadanos sigan siendo espectadores de este juego de poder, la verdadera transformación que necesita México seguirá siendo una promesa vacía.

Como cada semana, cambiamos de ritmo, pero esta vez, lo hacemos con un amargo sabor de boca, sabiendo que el poder sigue siendo el principal objetivo de nuestros líderes, a costa de todo lo demás. Excelente fin de semana.