Columnas

México en silencio

Isidro Aguado Santacruz Archivo


"La injusticia en cualquier lugar es una amenaza a la justicia en todas partes."
-Martin Luther King Jr.

Por Isidro Aguado Santacruz

El pasado domingo 20 de octubre, el asesinato del sacerdote y activista Marcelo Pérez en Chiapas estremeció a una nación que, aunque acostumbrada a la violencia, no debería normalizarla. Pérez, reconocido por su lucha incansable contra el crimen organizado y por su llamado a las comunidades para que se levantaran y exigieran justicia, fue silenciado de la manera más brutal. Este crimen es un recordatorio amargo de la realidad que enfrentan aquellos que se atreven a alzar la voz en México, un país donde el poder, las amenazas y el miedo parecen estar interconectados de manera insidiosa.

Marcelo Pérez no es el primer activista o defensor de derechos humanos que pierde la vida por su compromiso con la justicia. En años recientes, México ha sido testigo de un patrón doloroso: activistas, periodistas y líderes comunitarios son asesinados con impunidad mientras intentan hacer visible lo que el Estado a menudo ignora. Según datos del Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos), entre 2012 y 2022, se documentaron más de 300 asesinatos de periodistas y defensores de derechos humanos en el país. Casos como el de Javier Valdez, el periodista de Sinaloa que denunció el narcotráfico y fue asesinado en 2017, o Samir Flores, el activista indígena asesinado en 2019 por oponerse a megaproyectos, son recordatorios constantes de que en México, decir la verdad o exigir justicia puede costar la vida.

Pérez luchaba por su comunidad en Chiapas, una de las regiones más afectadas por la violencia del crimen organizado. En sus discursos, insistía en que la única manera de contrarrestar el poder de los cárteles era a través de la organización comunitaria y la acción colectiva. Sin embargo, en un giro tan irónico como oscuro, la propia Fiscalía del estado lo acusó de tener vínculos con el mismo crimen que combatía. Esta criminalización de quienes alzan la voz no solo es una estrategia de intimidación, sino también una excusa del Estado para deslindarse de su responsabilidad en garantizar la seguridad y la justicia.
A pesar de la gravedad de los hechos, la respuesta oficial fue escasa.

La presidenta Claudia Sheinbaum emitió unas breves condolencias, sin ofrecer un compromiso claro para investigar a fondo el asesinato ni para frenar la ola de violencia que azota no solo a Chiapas. En estados como Guerrero, Guanajuato, Zacatecas, Sinaloa y Baja California, la violencia se ha convertido en un estilo de vida. En Guerrero, por ejemplo, se han registrado múltiples homicidios de activistas y defensores de derechos humanos, mientras que en Guanajuato y Zacatecas, las disputas entre cárteles han resultado en un aumento alarmante de los homicidios dolosos, que alcanzan cifras que superan los 4,000 al año en cada uno de estos estados.

Las autoridades suelen limitarse a emitir palabras vacías mientras los ciudadanos quedan a merced del crimen organizado.
¿Cómo podemos hablar de libertad de expresión en un país donde quienes piden justicia son silenciados? Lo más preocupante es que, al mismo tiempo que los activistas caen, el crimen organizado continúa expandiendo su influencia en el entramado social y político de México.

En un estudio del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), se reveló que el 78% de los mexicanos perciben que la violencia ha aumentado en sus comunidades en los últimos años. Los gobiernos locales y federales parecen incapaces o, en algunos casos, desinteresados en enfrentarlo de manera efectiva. Mientras tanto, las comunidades que antes confiaban en el Estado para su protección ahora buscan soluciones alternativas, pero estas soluciones también las ponen en riesgo.

El poder que las autoridades deberían ejercer para garantizar la seguridad de sus ciudadanos ha sido eclipsado por la fuerza de los grupos criminales.
Detrás de las cortinas del poder, las decisiones que afectan al país se toman en un ambiente de miedo, intimidación y complicidad. Quienes ostentan el poder, ya sea en los pasillos de las instituciones gubernamentales o en las filas del crimen organizado, lo hacen en silencio. Las denuncias de la ciudadanía quedan en el olvido, y aquellos que se atreven a protestar son vistos como amenazas al statu quo. Mientras tanto, el tejido social de México se desintegra, y el miedo se convierte en la norma.

Marcelo Pérez, como tantos otros, no pedía más que lo justo: que las autoridades hicieran su trabajo y protegieran a la población. Sin embargo, su muerte refleja la incapacidad del Estado para cumplir con esta obligación básica. En un país donde la impunidad reina, quienes se atreven a exigir justicia enfrentan un destino oscuro. La violencia, lejos de disminuir, se ha convertido en un cáncer que ha corrompido las instituciones y ha sometido a la ciudadanía.

No podemos permitir que la muerte de Marcelo Pérez quede en el olvido, ni que el silencio continúe siendo la respuesta oficial ante la violencia que asola a México. Su sacrificio, y el de tantos otros, debe servir como un llamado a la acción. México no puede seguir siendo un país donde el crimen organizado gobierna en las sombras mientras el Estado se queda de brazos cruzados.

En un país que se precia de ser democrático, los ciudadanos deben tener el derecho de exigir justicia sin temor a represalias. Sin embargo, cada vez más, nos enfrentamos a una realidad donde alzar la voz se convierte en una sentencia de muerte. México debe despertar, no solo para recordar a aquellos que hemos perdido, sino para evitar que la historia se siga repitiendo. No podemos seguir siendo cómplices de nuestro propio silencio.

México en silencio no es solo el título de una tragedia recurrente, es también una advertencia. Si seguimos permitiendo que aquellos que luchan por un país mejor sean silenciados, entonces nosotros mismos habremos contribuido a la descomposición de nuestra democracia y de nuestro futuro.

En memoria de Marcelo Pérez y de todas las valientes personas que han perdido la vida exigiendo justicia, alzamos nuestras voces. Sus luchas y sacrificios no deben quedar en el olvido. Que su legado nos inspire a seguir adelante, a no rendirnos, y a construir el país que ellos soñaron, uno donde la justicia prevalezca, el poder asuma su responsabilidad y el miedo no silencie más voces. Expreso mis más sinceras condolencias a todas y todos, a aquellos que han caído en la búsqueda de un México más justo y seguro.
Buen inicio de semana...