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Políticos sin ética

A lo largo de la historia de México, no siempre hemos visto en la política a individuos carentes de ética. En siglos pasados, hubo auténticos estadistas visionarios que marcaron el devenir del siglo XIX y buena parte del XX.

Isidro Aguado Santacruz
Isidro Aguado Santacruz Archivo

por Isidro Aguado Santacruz

13/09/2024 17:22 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 13/09/2024

"La política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra sólo se muere una vez." _
Winston Churchill

Por: Isidro Aguado Santacruz

A lo largo de la historia de México, no siempre hemos visto en la política a individuos carentes de ética. En siglos pasados, hubo auténticos estadistas visionarios que marcaron el devenir del siglo XIX y buena parte del XX. En esos tiempos la ideología no solo tenía un lugar privilegiado en el debate político, sino que moldeaba las decisiones del Estado. Ni siquiera los golpes de Estado, frecuentes en esa época, lograron detener el avance de la consolidación de una República democrática.

De un escenario polarizado por la confrontación entre liberales y conservadores, la nación fue transitando hacia una vida pública más institucionalizada, dando paso al surgimiento de un sistema pluripartidista que, aunque imperfecto, marcó un nuevo rumbo en el entramado político del país.
En aquel entonces, el idealismo prevalecía sobre el pragmatismo puro, y las pasiones ideológicas alimentaban los debates en el Congreso, las plazas y las calles. A pesar de las tensiones y las crisis, la estructura democrática del país fue solidificándose, y lo que en su momento fueron luchas intestinas por el poder, terminaron por dar forma a un México más institucional, en el que el sistema político comenzó a ofrecer espacios a diversas voces, promoviendo la creación de múltiples partidos.

Aunque el camino hacia la consolidación democrática estuvo lleno de obstáculos, es innegable que la política mexicana de esos tiempos fue escenario de profundas transformaciones, que sentaron las bases para el México moderno que conocemos hoy.

En nuestra historia, siempre ha habido traidores, personajes que vendieron su nación, diputados oficialistas que traicionaron sus principios, y homicidios políticos con el objetivo de silenciar la disidencia. Sin embargo, estos casos, aunque impactantes, no fueron suficientes para reescribir el rumbo del país. No lograron el mismo impacto que los visionarios constituyentes de 1857 y 1917, quienes sí plasmaron su huella en la historia, ni como la resistencia valiente de quienes se opusieron al dictador, al usurpador del poder, al infame "Chacal" Huerta. Un ejemplo inmortal de esa lucha fue Belisario Domínguez, quien, a pesar de las amenazas, defendió la libertad a costa de su propia vida.

Ahora, el siglo XXI nos muestra un panorama desolador: la extinción de la figura del verdadero político, del animal político descrito por Aristóteles. La escena política ya no está definida por ideologías ni por los grandes oradores, aquellos que hablaban en nombre del pueblo y defendían los intereses nacionales. Hoy, lo que predomina es una generación de políticos sin escrúpulos, serviles al mejor postor, traidores que no se comparan ni siquiera con Huerta, quien al menos anhelaba el poder con una visión de Estado. En lugar de liderar con integridad, estos personajes son parásitos del sistema, mercenarios que usan sus cargos como medio para acumular riquezas sin mérito alguno.

Parásitos del sistema, insaciables depredadores del tesoro público, que han renunciado por completo a cualquier indicio de ética o confianza. La corrupción en sus manos ha alcanzado tales niveles que estos llamados "dirigentes" no cuentan ni con las competencias básicas para desempeñar los cargos que ocupan. La política, una vez concebida como un noble acto de servicio a la sociedad, ha sido arrebatada por individuos cuyo único interés es llenarse los bolsillos, indiferentes al daño profundo que infligen a la nación entera.

Lo que en tiempos pasados fue un espacio para la confrontación de ideas y la promoción de soluciones ha sido reemplazado por un espectáculo vacío, una lucha por el poder carente de sustancia, que traiciona los ideales por los que muchos mexicanos sacrificaron sus vidas, buscando construir un país más equitativo. La sociedad mexicana, que en otra época depositaba su esperanza en sus gobernantes, hoy los contempla con desilusión y desesperanza, viendo cómo se hunden en un abismo de deshonra y corrupción.
Así se presentan ahora los llamados "servidores públicos," esos legisladores que ya no representan a nadie más que a sus propios intereses. Traicionan sin miramientos a quienes los eligieron, utilizando los partidos políticos como simples plataformas de ascenso personal. Pero lo más trágico es que el premio que se disputan no es otro que la misma nación, convertida en el botín que saquean sin remordimiento.

La reforma política impulsada por Jesús Reyes Heroles marcó un antes y un después en el panorama de la representación política en México. No solo permitió que las minorías, anteriormente silenciadas, tuvieran voz y participación, sino que abrió las puertas para que una oposición auténtica, con bases ideológicas y programas de acción concretos, se manifestara. Sin embargo, esta apertura también trajo consigo el nacimiento de asociaciones políticas que, en lugar de contribuir al diálogo democrático, se convirtieron en negocios familiares cuyo único objetivo era el acceso a recursos públicos.

Este fenómeno de corrupción y simulación no se limitó a unos pocos; se extendió como una mancha que contaminó a diversas fuerzas políticas, incluidas aquellas que se autodenominaban de izquierda, pero que en realidad no tenían convicciones firmes. Estos grupos, actuando como sectas, brincaban de un partido a otro, no por compartir una visión común de país o un proyecto ideológico sólido, sino movidos por el afán de obtener dinero, cargos públicos y posiciones en el Congreso. César Garizurieta Vega, con su célebre frase "Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error", describió de manera magistral esta perversa realidad.

Los regímenes de partido único, especialmente aquellos que lograron consolidar al partido como gobierno, no tardaron en explotar estas debilidades para sus propios fines. Las corruptelas, lejos de ser erradicadas, fueron utilizadas como herramientas para comprar lealtades, en muchos casos de personas cuya ética ya estaba comprometida. Cuando el soborno no era suficiente, entraban en juego otros mecanismos: la manipulación del sistema de justicia, fiscales a la orden del poder, y jueces que, con expedientes preparados de antemano, se encargaban de intimidar o encarcelar a quienes osaban desafiar al régimen.

Este modelo de control autoritario ha sido heredado y perfeccionado por la autodenominada Cuarta Transformación. Desde su origen, el ADN de este movimiento está impregnado de la lógica de gobiernos autoritarios. En su afán por instaurar una presidencia con tintes imperiales, la 4T ha decidido desmantelar la división de poderes. Con un Congreso dominado y sumiso, el siguiente paso es la neutralización del Poder Judicial, no necesariamente eliminando jueces y magistrados, sino orquestando la caída de los ministros de la Suprema Corte de Justicia, en lo que parece ser una vendetta personal disfrazada de transformación institucional.

Los nuevos integrantes del Congreso, en su mayoría, carecen de convicciones profundas, tanto ideológicas como éticas. Han renunciado a su papel como legisladores para convertirse en simples instrumentos del poder presidencial. Su actuación en la aprobación apresurada de la Reforma Judicial fue un espectáculo de indignidad: la compra descarada de votos, la manipulación de la justicia para intimidar, y la falta total de escrúpulos por parte de los "representantes del pueblo", quienes sin el menor pudor venden su voto al mejor postor. Son políticos que han perdido el sentido de responsabilidad y la vergüenza, contribuyendo a la desaparición de los partidos como verdaderas instituciones democráticas, y transformándolos en simples organizaciones de mercenarios cuyo único fin es perpetuarse en el poder.

Lejos de ser promotores de una revolución de ideas o un despertar de conciencias, estos políticos actúan como marionetas, siguiendo sin cuestionamientos las órdenes de quienes los impusieron. La historia nos ha enseñado que, cuando figuras como Antonio López de Santa Anna finalmente dejan el poder, su séquito se disuelve. Al final, su esposa organizaba reuniones para hacerle creer que aún gobernaba, cuando en realidad sus antiguos colaboradores ya no asistían. Algo similar podría aplicarse hoy a aquellos que, aferrados al poder y al presupuesto, se niegan a soltar las riendas, causando un enorme daño al país.

El presidente Salvador Allende, en su discurso en la ciudad de Guadalajara, sostuvo que "La Revolución no atraviesa las aulas universitarias, sino que es impulsada por los trabajadores y campesinos". Tal afirmación podría contener una parte de verdad, sin embargo, constituye un error crucial por parte del gobierno y de los legisladores, que parecen estar cegados, no prestar atención a las voces de los jóvenes estudiantes de universidades, tanto públicas como privadas, quienes han expresado su firme rechazo a la reciente Reforma Judicial. Ellos, los estudiantes que en 1968 tomaron las calles para forzar la apertura democrática, hoy persiguen un objetivo igual de ambicioso: proteger la República y mantener la separación de poderes.

Quizá el malestar social no fue suficiente para derrotar a la Cuarta Transformación (4T) en las últimas elecciones, pero lo que sí quedó claro es que, aunque los oficialistas pudieron asegurar sus victorias en las urnas, han perdido el control de las calles. La evidencia de ello está en la cobarde retirada de los senadores afines al régimen, quienes abandonaron el pleno de sesiones de la Cámara Alta, temerosos del clamor ciudadano. Ganaron los escaños, pero se quedaron sin el respaldo popular. Lo ocurrido en la tribuna no es un hecho menor, pues simboliza una fractura peligrosa en la legitimidad política.

No es la primera vez que la historia nos recuerda que, ante la opresión, la rebeldía es legítima. Así lo sentenció Simón Bolívar, advirtiendo que "Cuando la tiranía se convierte en ley, la rebelión es un derecho inalienable". Los jóvenes, que con valentía hoy marchan en defensa de la justicia, parecen haber entendido mejor que nadie esa lección.

Para finalizar, la historia de México ha sido testigo de una evolución política que ha atravesado múltiples etapas de conflicto y transformación. Sin embargo, en el siglo XXI, el panorama actual está marcado por la presencia de "políticos desprovistos de ética" que han transformado la política en un espectáculo de corrupción y mercantilismo. Esta decadencia moral no solo traiciona los ideales por los cuales tantos han luchado, sino que también pone en riesgo los avances democráticos alcanzados con gran esfuerzo. Mientras el país enfrenta estos desafíos, la esperanza reside en la capacidad de los ciudadanos para exigir un liderazgo que regrese a los principios de integridad y servicio público que deberían ser la base de toda política digna. Buen fin de semana.