Columnas

Teuchitlán: La escuela del horror y el silencio culpable

"El hombre es un monstruo para el hombre.", Edgar Allan Poe
Isidro Aguado Santacruz Archivo

Antes de cualquier palabra, un momento de respeto. A las víctimas, a sus familias, a quienes buscan a sus desaparecidos en el polvo y la ceniza de un país que se ha acostumbrado al dolor. México no puede seguir con la cabeza agachada ante la barbarie.

Teuchitlán no es solo un punto en el mapa de Jalisco; es la evidencia de un país roto, donde la muerte dejó de ser noticia para volverse rutina. El hallazgo de un campo de exterminio operado con impunidad debería estremecer a la nación. Pero no lo hace.

No fue la Fiscalía, ni el Ejército, ni el Gobierno quien destapó este infierno. Fueron las Madres Buscadoras, esas mujeres que han aprendido a escarbar con las uñas porque saben que sus hijos no volverán si esperan respuestas oficiales. Guerreros Buscadores de Jalisco, otro colectivo de resistencia, alzó la voz mientras el gobierno miraba hacia otro lado. Porque lo sabían, lo supieron siempre, y, callaron.

Hace un año, la Guardia Nacional y la Fiscalía de Jalisco irrumpieron en el rancho Izaguirre y liberaron a varias personas secuestradas. Se llevaron a algunos criminales disfrazados de víctimas, minimizaron el hecho y dejaron que el caso se esfumara en el aire. El entonces gobernador, Enrique Alfaro, prefirió ignorarlo, como ignoró la desaparición de ocho empleados de un call center en 2023. Como ignoró a los tres estudiantes de cine que, en 2018, fueron disueltos en ácido bajo el gobierno de Aristóteles Sandoval, asesinado dos años después en una plaza que ya no le pertenecía al Estado, sino al cártel.
Pero esto no empezó en Jalisco, ni en este sexenio.

En los últimos 20 años, el Estado ha perdido el control de vastos territorios, permitiendo que el crimen organizado imponga su ley con más eficiencia que cualquier gobierno. Desde que Felipe Calderón declaró la guerra al narco en 2006, más de 400,000 mexicanos han sido asesinados y al menos 110,000 han desaparecido. Su estrategia, ejecutada con torpeza y brutalidad, pulverizó la estructura de los grandes cárteles, pero no los eliminó. Los fragmentó. Y con cada célula que se independizó, la violencia se multiplicó.
Enrique Peña Nieto intentó ocultar la realidad con discursos y cifras maquilladas, mientras Tamaulipas se llenaba de fosas clandestinas y Michoacán caía en manos de las autodefensas.

Andrés Manuel López Obrador prometió paz con su política de "abrazos, no balazos", pero terminó entregándole territorios completos a los criminales. Su negativa a enfrentar a los líderes del CJNG permitió que expandieran su control en Jalisco, Michoacán, Guanajuato y Baja California. Cuando el Ejército capturó a Ovidio Guzmán en 2019, lo liberó horas después, cediendo ante la presión del Cártel de Sinaloa. Un mensaje claro: el gobierno no manda.

A Teuchitlán lo llamaban "La Escuelita". No porque enseñara matemáticas o historia, sino porque allí, con el miedo como maestro, formaban a los futuros verdugos del país. Jóvenes reclutados con engaños, sometidos a torturas, obligados a matar o morir. Se practicaba tiro con señales de tránsito. Se aprendía a desmembrar cuerpos, a hacerlos desaparecer. Se comía carne humana.

Los testimonios hielan la sangre:

"Preguntaban si alguien quería irse. A los que decían que sí, los mataban enfrente de todos."
"Nos hacían desnudarnos para ver si teníamos chips en el cuerpo."
"Si no hay cuerpo, no hay delito."

No es una historia aislada. En 1996, el Cártel de los Arellano Félix convirtió a Tijuana en un matadero. En 2010, los Zetas hicieron lo mismo en San Fernando, Tamaulipas, secuestrando y ejecutando migrantes. En 2023, en Lagos de Moreno, cinco jóvenes fueron grabados mientras eran obligados a matarse entre ellos. Nada de esto es nuevo. Lo nuevo es el descaro con el que se normaliza.

El expresidente López Obrador supo siempre que los líderes del CJNG operaban alrededor del Lago de Chapala. No ordenó su captura. Solo pidió que los "tuvieran vigilados". Enrique Alfaro, aterrorizado en los últimos meses de su gobierno, pasaba más tiempo en Los Ángeles que en Jalisco. La Fiscalía General de la República, encabezada por Alejandro Gertz Manero, ahora promete investigar, como si la verdad no llevara años descomponiéndose bajo la tierra.

Este no es solo el saldo de un sexenio, sino de un país que ha permitido que el crimen organice su propia sociedad paralela, donde la vida y la muerte se negocian como mercancía.

¿Y Ahora Qué?

Claudia Sheinbaum tiene la oportunidad de demostrar que no es solo la continuidad de un gobierno que dejó crecer este monstruo. Puede hacer lo que no hizo su antecesor: enfrentar la impunidad.

Pero no lo hará sola. No puede. La pregunta es: ¿seguirá México tragándose su propio horror o será Teuchitlán el punto de quiebre?
Porque este país no es solo números, ni cifras de muertos, ni fosas llenas de huesos. Es la tierra de quienes aún resisten, de quienes buscan justicia, de quienes se niegan a aceptar que la violencia es nuestro destino.

Hay madres que siguen buscando a sus hijos con las manos en la tierra, con la esperanza intacta, porque saben que rendirse es lo que el poder espera. Hay jóvenes que, a pesar del miedo, alzan la voz en redes sociales, en marchas, en cada rincón donde se pueda gritar que vivir en paz no debería ser un privilegio.

México no puede aceptar el horror como rutina. No podemos ser el país donde la gente desaparece y nadie pregunta por ellos. No podemos vivir bajo la sombra del miedo.

Si permitimos que la indignación muera, si dejamos de gritar, si normalizamos lo inaceptable, entonces el silencio será nuestra última lápida. Pero mientras haya una voz que se atreva a romperlo, mientras haya una madre que busque, un periodista que denuncie, un joven que resista, habrá esperanza.

México no está muerto. México sigue luchando. Y esa es la única razón por la que aún hay futuro.

Que este fin de semana sea un espacio para la reflexión. La historia se escribe día a día, pero también se mancha con la sangre de los que ya no están. Honremos su memoria exigiendo justicia, recordando sus nombres y negándonos a ser espectadores del horror. Que el silencio nunca sea nuestra respuesta.