Tiempos de cambio
_"La democracia es el destino de la humanidad; la libertad su brazo indestructible"._ - Benito Juárez
Por Isidro Aguado Santacruz
En el pulso vivo de la política mexicana, la búsqueda de acuerdos trasciende la mera diplomacia para convertirse en un acto de supervivencia democrática. Los partidos políticos, como representantes legítimos del pueblo, tienen el deber de construir puentes en lugar de levantar muros, en aras del bienestar colectivo. Sin embargo, lo que presenciamos hoy es una fragmentación peligrosa que amenaza con desviar los ideales democráticos y perpetuar las heridas de la corrupción bajo un régimen cuyo rumbo parece cada vez más incierto.
No podemos reducir a los partidos políticos a simples maquinarias electorales; son la voz de una pluralidad que exige ser escuchada. En una democracia madura, la oposición no debe ser vista como un enemigo irreconciliable, sino como un contrapeso necesario que refine las propuestas y modere los excesos. Este es un desafío monumental: llegar a acuerdos en un país marcado por la corrupción y la desconfianza requiere liderazgo, valentía y un compromiso auténtico con el bien común.
Ejemplos como la propuesta de desaparición de organismos autónomos reflejan el peligro de las decisiones unilaterales. Esto no solo atenta contra la transparencia y la rendición de cuentas, sino que pone en riesgo los principios básicos del gobierno democrático. La historia ha demostrado que cuando el poder cierra las puertas al disenso, el precio lo paga el pueblo.
En el presente *Cambio de Ritmo*, nos enfrentamos a decisiones que definirán el rumbo de las próximas generaciones. La imposición de iniciativas sin el análisis riguroso que exige la democracia no solo mina la confianza ciudadana, sino que perpetúa un sistema de improvisación costoso en términos de vidas, recursos y oportunidades perdidas. México necesita una política donde las diferencias ideológicas se conviertan en oportunidades de construcción, no en armas de destrucción.
Erradicar la corrupción es un objetivo urgente, pero profundamente intrincado. No basta con señalar culpables o emitir discursos moralistas; se requiere una estructura institucional sólida, libre de injerencias partidistas. Esta tarea no pertenece a un solo partido ni a un sexenio, sino que es una labor colectiva que exige acuerdos claros, voluntad política y transparencia.
Carlos Fuentes decía que "la política debe ser el lugar donde los contrarios se encuentren". Esta premisa, más urgente que nunca, nos recuerda que la democracia no es únicamente el acto de votar; es el diálogo constante, el disenso constructivo y la búsqueda de soluciones compartidas. En este régimen, donde la polarización se ha convertido en estrategia dominante, el reto es aún mayor.
No es tiempo de alimentar divisiones, sino de encontrar un terreno común que permita abordar los grandes retos nacionales. La inseguridad, la pobreza, el rezago educativo y la crisis sanitaria no tienen colores partidistas; son problemas que exigen soluciones colectivas.
El consenso no es un signo de debilidad, sino de madurez política.
Los actores políticos tienen la obligación de trascender sus diferencias y poner el bienestar ciudadano como eje central de sus acciones. La pregunta crucial es: ¿tendrán los partidos la altura moral para enfrentar este desafío?
La respuesta, como siempre, estará en manos de la ciudadanía, quien observa, exige y, al final, decide.
Excelente fin de semana, lectores.