27/12/2024 15:57 / Uniradio Informa Baja California / Columnas / Actualizado al 27/12/2024
"El pasado nunca muere, ni siquiera es pasado." - William Faulkner
Por Isidro Aguado Santacruz
México, ese país que durante décadas construyó, con titubeos y aciertos, una democracia frágil pero esperanzadora, parece caminar de nuevo hacia las sombras de su historia. Lo que alguna vez fue un sueño colectivo de mayor participación ciudadana, equilibrio de poderes y organismos independientes, hoy se diluye entre reformas que prometen transformaciones profundas, pero que en muchos casos evocan un retorno al centralismo y al autoritarismo.
En apenas tres décadas, México transitó del yugo de un régimen de partido único a la alternancia política, logrando hitos como la creación de institutos autónomos que actuaron como vigilantes de la transparencia y la rendición de cuentas. Aquella efervescencia ciudadana, que buscaba tomar las riendas de las decisiones públicas, permitió avances significativos que frenaron prácticas de corrupción y abusos de poder. Sin embargo, bastó un puñado de años para que esos logros fueran sepultados bajo el manto de lo que algunos llaman transformación, pero que otros perciben como una regresión.
La historia reciente nos presenta un escenario polarizado. Durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el Plan C se alzó como un proyecto ambicioso para redibujar las reglas del juego político. Con ello, en poco tiempo se llevaron a cabo 27 reformas constitucionales, a las que se suman las aprobadas al inicio del sexenio de Claudia Sheinbaum. Cambios que incluyen desde la reforma al Poder Judicial hasta la desaparición de organismos autónomos, pasando por la prisión preventiva oficiosa y una nueva visión del sector energético.
Cada una de estas reformas ha sido defendida por sus promotores como un paso hacia la justicia social, la eficiencia administrativa y la recuperación de la soberanía nacional. Pero, ¿a qué costo?
El caso de los organismos autónomos es particularmente ilustrativo. Su desaparición, justificada bajo el argumento de la austeridad y la simplificación burocrática, ha encendido alarmas sobre el retroceso en materia de transparencia y rendición de cuentas.
Instituciones como el INAI y la Cofece no solo garantizaban acceso a la información y la competencia económica, sino que actuaban como contrapesos indispensables frente al poder político. Hoy, su ausencia deja un vacío que difícilmente podrán llenar las secretarías gubernamentales a las que se han transferido sus funciones.
Por otro lado, la reforma al Poder Judicial, con la propuesta de elegir a jueces y magistrados mediante voto popular, ha desatado un intenso debate. Sus defensores argumentan que democratiza una institución históricamente elitista, pero sus detractores advierten sobre los riesgos de politizar la justicia y erosionar la certidumbre jurídica.
El eje central de estas transformaciones parece ser la concentración del poder en el Ejecutivo. La prisión preventiva oficiosa, por ejemplo, ha sido criticada como un arma que, en manos equivocadas, podría ser utilizada para perseguir a adversarios políticos o criminalizar la protesta social. Y aunque sus impulsores sostienen que es una medida eficaz para combatir delitos graves, las voces en contra señalan que compromete derechos fundamentales y recuerda prácticas propias de regímenes autoritarios.
En el terreno energético, las reformas buscan devolver el protagonismo a Pemex y la CFE, rescatando la narrativa de soberanía nacional. No obstante, este viraje ha generado inquietud sobre el futuro de las energías limpias y la competitividad del sector. El control estatal sobre el litio y el internet, aunque simbólicamente poderoso, plantea dudas sobre su viabilidad en un contexto global cada vez más interconectado y competitivo.
Estas reformas no solo redibujan el mapa político e institucional del país, sino que también replantean nuestra relación con la democracia. ¿Es esta la transformación que México necesita? ¿O estamos presenciando un regreso a las viejas estructuras que tanto trabajo costó superar?
La respuesta no es sencilla. Lo que sí es claro es que estamos en un momento de quiebre, un punto en el que las decisiones que tomemos hoy definirán el rumbo del país por décadas. México, con su historia de contrastes y resiliencia, nos invita a reflexionar sobre el papel que queremos jugar como ciudadanos en esta encrucijada. Porque, al final, la democracia no es un regalo ni una concesión; es un esfuerzo constante, un ejercicio de imaginación y acción colectiva.
El futuro de México no está escrito. Pero para escribirlo primero debemos decidir si queremos hacerlo con tinta de esperanza o con las sombras del pasado. Excelente fin de semana lectores.