por Gabriela Martínez
13/10/2023 10:36 / Uniradio Informa Baja California / Reportajes especiales / Actualizado al 13/10/2023
"Este reportaje fue realizado con el apoyo de la International Women 's Media Foundation (IWMF) como parte de su iniciativa de Derechos Reproductivos, Salud y Justicia en las Américas".
Era de madrugada cuando el dolor de las contracciones despertó a Daniela, brincó del suelo donde dormía, en una pequeña casa de campaña improvisada junto a otras en un albergue para migrantes en Tijuana, la antesala a Estados Unidos. La intensidad y la rapidez con que llegaban las punzadas al vientre anunciaban la llegada de Milán, su tercer hijo.
Apenas unas semanas antes, recostada sobre unos carbones dentro del vagón de un tren, donde ella y su familia viajaron por varios días para llegar a la frontera de México con Estados Unidos, pensó en medio de la angustia que, de elegir entre sus hijas y su futuro bebé, las elegiría a ellas.
—Jamás pensé que mi bebé fuera a nacer—, reconoce mientras se soba su panza de ocho meses, sentada en una banca afuera de Partería y Medicina Ancestrales, una organización civil que atiende a mujeres migrantes en la ciudad fronteriza, en la que sería la última consulta antes de que su hijo llegara al mundo el 29 de julio de 2023.
La joven de 21 años vivía junto a su esposo y sus dos hijas menores de ocho años, en El Salvador, pero decidieron irse en febrero pasado, cuando el presidente Nayib Bukele comenzó una persecución que alcanzó a muchos hombres, incluido su esposo, criminalizados por su aspecto.
Para llegar a Tijuana, Daniela y su familia tuvieron que recorrer tramos en moto, caminar varios kilómetros a la orilla de la carretera y por veredas, a temperaturas de más de 30 grados. Pagaron sobornos y durmieron en la calle o hacinados entre cientos de personas en albergues. Subió al tren conocido como La Bestia, en una estación cerca del basurero de Huehuetoca, en el centro de México y a partir de ahí, anduvieron en motos y camiones hasta que llegaron a la frontera norte de México.
Daniela logró llegar al norte mientras que cerca de 22 mil personas fueron deportadas en los tres meses que le tomó recorrer el país. Ella y Milán son sobrevivientes porque ser madre y extranjera en México aumenta las probabilidades de perder el embarazo o de sufrir muerte materna. El registro de muertes fetales en madres extranjeras aumentó 66.2 por ciento en tres años, al pasar de 133 casos en 2020 al de 221 en 2022, según datos de Inegi.
Para esta investigación se solicitaron datos sobre la atención médica a mujeres extranjeras embarazadas en México y otros indicadores de salud reproductiva a las 32 secretarías de salud de los estados del país. Entre los 12 que respondieron, Baja California registró cinco muertes maternas de 2020 a julio de 2023.
Lorena Mena, investigadora y directora del proyecto Continente Movil-Estudios de Migración, asegura que para las mujeres migrantes en condición irregular el acceso a salud reproductiva tiene muchas barreras por falta de información, desconocimiento de sus derechos o porque son discriminadas. Incluso, el personal médico también ignora que es una obligación atenderlas.
"No saben cómo canalizarlas o tienen protocolos inadecuados. Muchas mujeres migrantes que están en albergues prefieren buscar esta atención médica en otros espacios o mediante brigadas médicas, por temor a salir de los albergues porque no tienen recursos para atenderse", advierte la investigadora.
Ximena Rojas, fundadora y directora de Partería y Medicina Ancestrales, una organización civil que da servicios de salud reproductiva, comenta que mensualmente atienden entre 10 y 15 partos de mujeres migrantes en Tijuana, pero ofrecen consulta de salud reproductiva a más de 200.
La activista advierte que las personas que llegan gestando suelen presentar infecciones urinarias, anemia, estrés y problemas en el crecimiento del producto.
"Mujeres que no están en movilidad y vulnerabilidad tienen menos pérdidas gestacionales", señala.
Cuando Daniela y su familia llegaron a Ciudad Ixtepec, Oaxaca, tuvieron que dormir hacinados en un albergue, con poca comida ni agua potable. Tenía tres meses de embarazo y sentía que su panza no crecía. Ella se enfermó de diarrea y una infección urinaria.
En uno de los estados más pobres del sur de México, Daniela buscó un centro de salud a través de Google maps y el más cercano que halló estaba a casi una hora de distancia a pie. Cuando llegó, le dijo al personal médico que estaba embarazada y tenía una infección de orina. Le respondieron que necesitaba un estudio de ultrasonido y antibióticos, pero dice que sólo le dieron una receta para comprar paracetamol.
Preguntó por el costo del estudio y era de mil 500 pesos, casi 80 dólares.
—Imagínese, nosotros salimos a pedir dinero para la comida y gastar dos días de comida en una ultra... No vale la pena—, dice mientras intenta calmar a su hija más pequeña.
Daniela prefirió llamar por teléfono a su madre, una enfermera jubilada, quien monitoreaba su embarazo a la distancia. Le dijo que comiera bien y tomara agua. Ella tuvo que soportar el malestar y siguió camino.
Daniela, su esposo y sus hijas llegaron a Tijuana en abril pasado. Una vez instalada en uno de los más de 30 albergues que hay en la ciudad, fue al centro de salud más cercano donde primero se encontró con la burocracia. Le pidieron la Clave Única de Registro de Población (CURP) y un comprobante de domicilio que tuvo que pedir al personal del refugio.
Durante la revisión, recuerda que la enfermera a cargo de tomar sus signos le dijo:
—¿No conoces métodos anticonceptivos? ¿Te vas a esterilizar? ¿Piensas seguir teniendo hijos?.
Daniela jamás regresó, cuando piensa en el trato que recibió, achica los ojos y arruga la mirada, cierra los puños y los agita con fuerza.
—Me molestó mucho cuando me dijo que si no conocía los métodos de anticoncepción.
Otras mujeres del albergue le explicaron que a menos de 500 metros operaba Partería y Medicina Ancestrales. Ahí le dieron medicina natural, un protocolo de vigilancia y la prepararon para un parto en agua. Le explicaron que sería en una casa frente al mar, acompañada de doulas, mujeres que acompañan y asisten las necesidades físicas y emocionales en el parto.
Eran los primeros minutos del 28 de julio cuando las contracciones despertaron a Daniela. Inmediatamente llamó a su partera y le envió un coche y la trasladaron a la casa donde atienden los nacimientos, a unas calles del mar del Pacífico. Durante 24 horas, Daniela fue acompañada con ejercicios de respiración, alimentos y el canto de un grupo de mujeres.
—¿Me cantan?— les dijo. Y le cantaron —Nunca me imaginé que yo pudiera vivir algo así.
Faltaban apenas unas horas para la llegada de Milán, y Daniela estaba parada a la orilla de la cama, a su lado tres doulas le cantaban mientras ella meneaba sus caderas, inhalaba y exhalaba, mientras le ayudaban a mecer sus caderas.
—Bebé va a llegar, todo está bien—, le decían.
Milán llegó cobijado por la noche. Dentro de una pequeña alberca con agua tibia, apenas habían pasado un par de minutos desde que Daniela parió, cuando ya se preguntaba si mujeres como ella, migrantes, también tendrían la suerte de vivir un parto digno.
Ahora, con su bebé en brazos, piensa que de su travesía sólo quedan aquellos recuerdos del miedo que sintió de abortar. En medio de su recorrido tenía que elegir quedarse o continuar, aún con el riesgo de no lograr su embarazo. Y ella eligió.
"Pensé que no iba a llegar... pensé: lo voy a perder y voy a tener que decidir el de adentro o las dos de afuera... Fue bien fuerte pero no teníamos de otra... teníamos que seguir avanzando". Y avanzaron.